Después de la conquista armada, los frailes que llegaron con las diferentes órdenes religiosas tomaron bajo su tutela la educación y evangelización de los indígenas.
Mandando a traer mujeres de castilla devotas y bien dadas al arte de bordar (que en España ya llevaba décadas de tradición formadora), para abrir casas en Nueva España donde alojaban a hijas de la nobleza indígena, donde se les enseñaba no solo principios cristianos y buenas costumbres, sino “oficios mujeriles como coser y labrar (bordar)”.
Fotografía obtenida de Museo Franz Mayer
Cuando estas jóvenes salían, enseñaban a otras niñas indígenas, mestizas o criollas, siguiendo la misma metodología de aprendizaje realizandodechadosque no eran sino muestrarios de puntadas y deshilados, figurando entre las primeras, el simple y lucidor punto de cruz.
El auge que fue alcanzando paulatinamente el virreinato, se notaba también en la iglesia; con laboriosos bordados en las casullas, capas, dalmáticas, estolas y demás ornamentos de culto católico; de igual forma en lo civil se engalanaba la indumentaria de los señores nobles y ricos, quienes gustaban de hacer ostentación de su riqueza a través de sus ropas.
Fotografía obtenida del Museo del Prado
Estos trabajos eran hechos por talleres que existían bajo la ordenanza de bordadores (1546), la cual servía para mantener un orden y calidad del oficio de bordador frente a la corona. Es así, que dentro de estos talleres se encontraban indígenas, criollos y mestizos los cuales si bien al principio copiaban los trabajos que llegaban desde España, posteriormente inventaron y plasmaron bordados con puntadas como la de petatillo (entretejida a manera de petate) en oro y plata.
Así se fueron entretejiendo los hilos de dos culturas para llegar a la forma mexicana, la cual es tan variada y podemos notarla en la maestría que tienen las personas en bordar, siendo parte de diferentes comunidades y plasmando su cosmovisión del mundo.
¿Tú, lo has notado?
¿Cómo bordas tú, tu madre o abuela? O ¿has notado como bordan los artesanos?